Llegué a casa y, casi sin aliento, me aproximé al espejo de la entrada. Alcé la mirada y pude evidenciar en mi rostro las heridas provocadas por el agotamiento. Estaba exhausto, pero tremendamente orgulloso. Con la satisfacción de haber hecho todo lo posible por alcanzar un resultado que, quizá, fuese un éxito o quizá un fracaso. Aunque lo que me provocaba aquella plenitud era el propio hecho de haberme esforzado, de poner todo mi afán en aquella empresa; independientemente de lo que pasara después.
Sabía que no era cuestión de un día. Que era preciso que más momentos frente al espejo, como el que estaba viviendo, serían necesarios para obtener una respuesta final sobre la eficacia de todo ese tesón. Y, además, para llegar a ese veredicto final, habría que obtener muchos éxitos y sobrellevar muchos fracasos parciales.
¿Docencia? ¿Amor? ¿Deporte? ¿Desamor? ¿Acaso un poco de todo? ¿Quizá nada de todo eso?
viernes, 2 de marzo de 2007
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