domingo, 1 de abril de 2007

Dos

Y se besaron.
Fue un beso intenso, sentido, deseado, minucioso, agradecido, entregado, prolongado y vicioso.
Ella lo abrazó intensamente, abarcando toda su espalda y apretándolo contra su pecho lo más fuerte que pudo. Él desenlazó sus manos y le acarició el cabello, mientras suspiró profundamente. Ella le desabrochó los botones de la camisa, puso sus manos sobre los hombros de su marido, y descubrió su torso. Luego le pasó las manos por detrás del cuello, se giró, apoyó su espalda contra la pared y empujó a su amado hacia sí. Él acompañó ese movimiento mientras arrojaba su camisa al suelo. Y los besos se tornaron sutiles, cálidos, complacientes, excitantes, cuidadosos, delicados, susurrantes, caricias ofrecidas y recibidas con los labios.
Él entreabrió sutilmente el albornoz y recorrió su cuello, beso a beso, milímetro a milímetro, gemido a gemido. Deteniéndose calmosamente. Tomándose todo el tiempo del mundo, ese tiempo que pocas veces se tiene para que las cosas resulten sublimes. Después del cuello prosiguió con el lóbulo de la oreja. Sabía lo mucho que eso la excitaba. Las pulsaciones aceleraban su ritmo de nuevo y, entonces, ella tomó la iniciativa.
Sujetó los pulsos de su amante, lo empujó hacia la pared contraria y levantó sus brazos para que él entendiera que quien mandaba en ese momento era ella. Que él no tenía otra opción que dejar que ella hiciese lo que le viniese en gana. Que estaba a su merced. ¡Y tanto que fue así!
Comenzó mordisqueando sus pezones, continuó besando su estómago mientras le quitaba el cinturón, y siguió recorriendo su cuerpo con los labios lujuriosamente. A continuación, regresó al cuello y se cruzaron sus miradas, añadiendo la complicidad cosechada a lo largo de los años de relación a aquel coktail de sentimientos. Descendió desde el cuello hasta su mano derecha y empezó a jugar con ella lamiéndola y besándola, tanto con las yemas de los dedos como con la palma de la mano. Mientras tanto, él sólo acertaba a despojarse poco a poco de su ropa, anticipándose al siguiente paso de aquel tórrido encuentro.
Y, ardiente, libidinosa, lasciva e impúdicamente, se besaron de nuevo.

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