miércoles, 4 de abril de 2007

Aquapark

Ahora mismo quisiera ir a un aquapark. Pero no uno cualquiera. Quisiera ir a uno gigantesco, enorme, inconmensurable, el más grande. Y que no hubiera nadie. Sólo yo, única y simplemente yo. Y poder ir a las atracciones cuantas veces quisiera, sin tener que esperar a nadie, ni por nadie. Y repetir atracción cuantas veces me viniese en gana.
Tirarme por los toboganes y dar tumbos de un lado a otro, girar sobre mí mismo entorno a cuantos ejes haya y alguno más si es preciso; apoyarme sobre la espalda y coger las rodillas para voltearme vertiginosamente en todas direcciones; luego, sin saber como, bajaría boca abajo, como si estuviera gateando, y volvería a rotar sin que mi cuerpo supiera hacia donde.
También iría a los tubos espirales, a oscuras, gritando todo el rato, para que el eco de mis alaridos añadiera más sensación de velocidad, y para estar a expensas de la próxima curva que no sabría hacia donde me impulsaría.
Y luego iría a los toboganes individuales. Me impulsaría con todas mis fuerzas, alcanzaría la mayor velocidad posible, y todo estaría a merced de la inercia, la vorágine y el descontrol. Cada curva depararía algo nuevo, lo único que dominaría mínimamente sería el taparme la nariz para que no me entrase agua, todo ocurriría fugazmente, sin que yo pudiese decidir ni hacer nada por variarlo, me encaminaría a lo desconocido, a tumba abierta, con la única seguridad de que, al final de todo, caería en una piscina... o no.
¡Cómo deseo ir a un aquapark! Así, todas esas sensaciones serían físicas y no mentales, y todo sería diversión y no desesperación.

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