lunes, 25 de junio de 2007

100 momentos de felicidad

Y allí estábamos todos, intentando disimular como buenamente podíamos los nervios y la tensión que nos recorría el cuerpo de arriba a abajo. A todos y cada uno de nosotros.
La meta perseguida era la misma de todos los años; pero en esta ocasión el trazado era diferente. En principio, beneficiaba a los rodadores más que a los escaladores natos. Ahora había cinco repechos importantes pero de escasa longitud. Además, la ventaja adquirida en etapas anteriores permitía a los no escaladores ceder algo de tiempo en el exigente ascenso.
Pero ya se sabe que hasta que se cruza la meta todo puede ocurrir.
La primera dificultad no fue tal en realidad. De hecho, fue la salvación de gran parte del pelotón para que la etapa no desembocase en un fiasco.
La segunda curva elevó la exigencia; pero nadie osó atacar al grupo y tomar distancias.
La tercera pendiente sorprendió a todos. Nos mirábamos con estupor. Fue imposible afrontarla con una mínima esperanza global de éxito. Así que se impuso una marcheta de grupo que encaminase al colectivo al siguiente trance. Pasaban las dificultades y nadie atacaba. Ya teníamos bastante con medir las propias fuerzas y decidir si sería beneficioso atacar o si la preciada oportunidad se había desvanecido ante nuestras narices.
La cuarta curva incrementó la incertidumbre. Los escaladores no veían terreno propicio y los rodadores seguían con el miedo en el cuerpo y bastante habían hecho al no haber perdido rueda en la primera curva.
Pero la última curva decidió. Era muy similar a la cuarta. Análogo trazado y pendientes casi idéndicas. Y el opositor de este año se percató de ello y se anticipó al resto del pelotón. Se dejó caer a la cola del grupo, tomó aire, ajustó el escalpié, bebió agua, se levantó sobre la bicicleta y demarró con todas sus fuerzas.
Sin mirar atrás, dejó el alma en cada pedalada. Aferrándose al manillar, invirtió todas las horas de entrenamiento en aquella decisiva carretera. Le dolían las piernas, pero ese dolor significaba que la ventaja se iba incrementando. Apretó los dientes y se dirigió como un poseso en busca de la cumbre.
No sabía lo que acontecía por atrás. Desconocía si la ventaja era mucha o poca. Pero la satisfacción de haberse vacíado en aquella ascensión recompensaba todo el sufrimiento acumulado.
Y ahora el opositor de este año afronta el descenso. Un delicado ejercicio de precisión y riesgo donde los frenos pueden ser tu mejor aliado o tu peor enemigo. Un arriesgado trayecto en el que un pequeño despiste puede mandarte a la cuneta y echar al traste todo el trabajo realizado. Pero también una disciplina en la que, con una pizca de suerte y la dosis adecuada de riesgo asumido, las ventajas se mantienen o, incluso, se incrementan a favor de los mejor entrenados.
Y al final de todo, la meta. Y entonces, será el momento de tomar tiempos y comprobar la posición de cada uno en la meta y de verificar quien se lleva la clasificación general y quien debe intentarlo otro año.
Lo importante es que, a punto de iniciar el vertiginoso descenso, el opositor de este año está satisfecho y hasta relativamente esperanzado.
En el momento de coronar la cumbre un compañero de equipo le dijo 'dálle caña, hostia. Que esta é a túa'. Y en ello estamos.

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