martes, 27 de febrero de 2007
Puntos de vista
Ruta, cielo, continuidad, soledad, amarillo, paralelismo, radar, quitamiedos, recta, alta tensión, infinito, arbustos... o no... o qué sé yo...
sábado, 24 de febrero de 2007
Nubes
Las nubes se forman por el enfriamiento del aire. Esto provoca la condensación del vapor de agua, invisible, en gotitas o partículas de hielo visibles. Las partículas son tan pequeñas que las sostienen en el aire corrientes verticales leves. Las diferencias entre formaciones nubosas se deben, en parte, a las diferentes temperaturas de condensación. Cuando se produce a temperaturas inferiores a la de congelación, las nubes suelen estar formadas por cristales de hielo; las que se forman en aire más cálido suelen contener gotitas de agua. El movimiento de aire asociado al desarrollo de las nubes también afecta a su formación. Las nubes que se crean en aire en reposo tienden a aparecer en capas o estratos, mientras que las que se forman entre vientos o aire con fuertes corrientes verticales presentan un gran desarrollo vertical.Hay varias clases de nubes: nubes altas (cirros, cirrocúmulos y cirrostratos), nubes medias (altocúmulos y altostratos), nubes bajas (nimbostratos, estratocúmulos y estratos) y nubes de desarrollo vertical (cúmulos y cumulonimbos).
viernes, 23 de febrero de 2007
Cabezas de dragón (VI)
Cabezas de dragona : ¡¡Guapo!!
Jorge hace caso omiso; pero ellas insisten...
Cabezas de dragona : ¡¡Guapo!!
Jorge sigue obviando el comentario...
Cabezas de dragona : ¡¡Guapo!!
Y Jorge se pregunta: ¿por qué su vuelven tímidas cuando crecen?, ¿por qué cambian de opinión según cumplen años?, ¿por qué mienten ya desde la pubertad?
Jorge hace caso omiso; pero ellas insisten...
Cabezas de dragona : ¡¡Guapo!!
Jorge sigue obviando el comentario...
Cabezas de dragona : ¡¡Guapo!!
Y Jorge se pregunta: ¿por qué su vuelven tímidas cuando crecen?, ¿por qué cambian de opinión según cumplen años?, ¿por qué mienten ya desde la pubertad?
miércoles, 21 de febrero de 2007
Historias de niños
No sé por qué, pero todas las madres suelen tener la costumbre de contar historias de cuando sus hijos eran pequeños. Historias cuyo protagonista se encuentra presente entre la audiencia de la madre y que, lastimosamente, suele verse avergonzado al final de las narraciones. Y es que, quieran o no, los hijos siempre serán unos niños pequeños para sus madres, y a éstas esos episodios les resultan tiernos y cariñosos.
El caso es que el otro día mi madre, como todas las madres, estaba contando una historieta sobre mí. Comentaba que cuando yo tenía, aproximadamente, un año quería tomar la papilla (en aquel entonces los potitos no se habían inventado) por mis propios medios. Quería coger yo la cucharilla e ingeniármelas como fuera para comer sin ayuda alguna. Probaba de todas las maneras, me ensuciaba de pies a cabeza y lo intentaba tozudamente una y otra vez. ‘Es más’, enfatizó mi madre, ‘si no le dejabas a él sólo, se cabreaba. ¡No quería que le ayudaran!’
Una vez terminado el relato, me sentí sorprendentemente orgulloso. Aquella historia reflejaba fielmente uno de los rasgos principales de mi carácter. Y me alegró mucho que mi madre contase aquello.
En realidad, pienso que a lo largo de nuestra vida cambiamos muy poco. Nuestra forma de actuar se rige por las mismas premisas, y lo único que cambia, o disfraza, nuestro comportamiento son las circunstancias que vamos afrontando. El valiente siempre avanzará, el inseguro dudará siempre, el cobarde siempre se ocultará, el generoso siempre ofrecerá, el optimista siempre sonreirá… ya sea frente a una papilla o ante un negocio de millones de euros. Y es en estas historias que cuentan nuestras madres donde se plasman fielmente estas conductas… o no… o qué sé yo…
El caso es que el otro día mi madre, como todas las madres, estaba contando una historieta sobre mí. Comentaba que cuando yo tenía, aproximadamente, un año quería tomar la papilla (en aquel entonces los potitos no se habían inventado) por mis propios medios. Quería coger yo la cucharilla e ingeniármelas como fuera para comer sin ayuda alguna. Probaba de todas las maneras, me ensuciaba de pies a cabeza y lo intentaba tozudamente una y otra vez. ‘Es más’, enfatizó mi madre, ‘si no le dejabas a él sólo, se cabreaba. ¡No quería que le ayudaran!’
Una vez terminado el relato, me sentí sorprendentemente orgulloso. Aquella historia reflejaba fielmente uno de los rasgos principales de mi carácter. Y me alegró mucho que mi madre contase aquello.
En realidad, pienso que a lo largo de nuestra vida cambiamos muy poco. Nuestra forma de actuar se rige por las mismas premisas, y lo único que cambia, o disfraza, nuestro comportamiento son las circunstancias que vamos afrontando. El valiente siempre avanzará, el inseguro dudará siempre, el cobarde siempre se ocultará, el generoso siempre ofrecerá, el optimista siempre sonreirá… ya sea frente a una papilla o ante un negocio de millones de euros. Y es en estas historias que cuentan nuestras madres donde se plasman fielmente estas conductas… o no… o qué sé yo…
martes, 20 de febrero de 2007
Se vende
En verano, cuando iba desde mi casa a la playa en bicicleta, siempre hacía el mismo recorrido. Los mismos cruces, las mismas cuestas, los mismos desarrollos y la misma distancia. Sin embargo, los coches que encontraba nunca eran los mismos, ni los peatones, y la energía para completar el trayecto no era siempre la misma, ni los pensamientos que tenía a lo largo de cada hora que pasaba encima de la bici.
Había una extraña y entrañable mezcla de durabilidad e inmediatez en todo aquello. De perennidad y cambio entrelazados. Pero de aquellos miles de kilómetros recorridos a lo largo de aquellos años, a quien recuerdo con más cariño, es a ‘mi abuela’.
Eran las 15.30, llenaba el bidón del agua, lo ponía en el soporte e iniciaba el trayecto: la cuesta de casa, dos kilómetros cuesta abajo empezar a mover las piernas, un stop y una nueva cuesta abajo que había que aprovechar para hacer más llevaderos los dos siguientes kilómetros en ascenso. Cuando concluía el descenso y justo al cambiar de catalina, allí estaba ‘mi abuela’.
Era una señora que se sentaba en la terraza de su casa, al pie de la carretera. Viendo pasar el tiempo. Sin más ocupación que oir los pájaros y el viento, contemplar los árboles, observar como viajaban las nubes por el cielo y tolerar como los coches y camiones enturbiaban aquella paz. En su rostro se apreciaban las huellas del paso de los años y el cansancio acumulado durante décadas. Sus tristes ojos dejaban entrever que había sufrido mucho a lo largo de su vida; pero, al fin, habían llegado días de tranquilidad y de placentero descanso.
Al principio, las primeras veces que pasaba, cruzábamos la mirada fugazmente, mirando sin querer ser vistos. Pero eso duró poco. Al final del primer verano ya nos habíamos acostumbrado a vernos cada dos o tres días, y la desconfianza inicial desapareció. Si algún día no veía a ‘mi abuela’ me preocupaba, y siempre he creído que a ella le pasaba lo mismo. Pensaba ‘¿le habrá pasado algo?’ Y cuando la volvía a ver sentía un reconfortante desahogo.
Al año siguiente, el primer día que cogí la bici, pedaleé con todas mis fuerzas. Quería ver cuanto antes a ‘mi abuela’. Y allí estaba. Yo pasaba sin más. Sólo cruzábamos la mirada. Ni un gesto, ni una palabra. Sólo con la mirada nos bastaba para comprobar que el otro estaba bien.
Así pasaron los años. Con la inquietud del primer día y la complicidad del resto del verano.
Luego dejé de andar en bici durante 2 o 3 años. Al cabo de ese tiempo, reanudé mis trayectos. Y pasé por casa de ‘mi abuela’. Y allí estaba. Pero ahora la cuidaba una persona que parecía estar preocupada. Nos miramos. Y creo no equivocarme si afirmo que ambos sentimos una profunda tristeza. De la misma forma que yo comprobé que ella ahora necesitaba cuidados, ella evidenció que yo ya no era aquel chico lleno de esperanza e ilusión que atacaba las cuestas con gran énfasis. Cada vez descenso suponía enfrentarme a una despedida mutua. Como si tuviésemos que pagar cada saludo sin palabras ni gestos que nos habíamos brindado años atrás.
Al final de aquel verano, como tantas decenas de veces, cogí la bici. Subí la cuesta de casa. Dos kilómetros de descenso. Un stop. Nuevo descenso. Y al cambiar de catalina… alcé la vista y, ante mí, la peor de las esquelas que jamás haya soportado: la casa de ‘mi abuela’ estaba cerrada a cal y canto. Las persianas bajadas y todas las puertas cerradas. En una de esas ventanas de la casa de ‘mi abuela’, un cartel anunciaba ‘SE VENDE’.
Tuve que parar. No era sudor lo que empañaba mis ojos.
Había una extraña y entrañable mezcla de durabilidad e inmediatez en todo aquello. De perennidad y cambio entrelazados. Pero de aquellos miles de kilómetros recorridos a lo largo de aquellos años, a quien recuerdo con más cariño, es a ‘mi abuela’.
Eran las 15.30, llenaba el bidón del agua, lo ponía en el soporte e iniciaba el trayecto: la cuesta de casa, dos kilómetros cuesta abajo empezar a mover las piernas, un stop y una nueva cuesta abajo que había que aprovechar para hacer más llevaderos los dos siguientes kilómetros en ascenso. Cuando concluía el descenso y justo al cambiar de catalina, allí estaba ‘mi abuela’.
Era una señora que se sentaba en la terraza de su casa, al pie de la carretera. Viendo pasar el tiempo. Sin más ocupación que oir los pájaros y el viento, contemplar los árboles, observar como viajaban las nubes por el cielo y tolerar como los coches y camiones enturbiaban aquella paz. En su rostro se apreciaban las huellas del paso de los años y el cansancio acumulado durante décadas. Sus tristes ojos dejaban entrever que había sufrido mucho a lo largo de su vida; pero, al fin, habían llegado días de tranquilidad y de placentero descanso.
Al principio, las primeras veces que pasaba, cruzábamos la mirada fugazmente, mirando sin querer ser vistos. Pero eso duró poco. Al final del primer verano ya nos habíamos acostumbrado a vernos cada dos o tres días, y la desconfianza inicial desapareció. Si algún día no veía a ‘mi abuela’ me preocupaba, y siempre he creído que a ella le pasaba lo mismo. Pensaba ‘¿le habrá pasado algo?’ Y cuando la volvía a ver sentía un reconfortante desahogo.
Al año siguiente, el primer día que cogí la bici, pedaleé con todas mis fuerzas. Quería ver cuanto antes a ‘mi abuela’. Y allí estaba. Yo pasaba sin más. Sólo cruzábamos la mirada. Ni un gesto, ni una palabra. Sólo con la mirada nos bastaba para comprobar que el otro estaba bien.
Así pasaron los años. Con la inquietud del primer día y la complicidad del resto del verano.
Luego dejé de andar en bici durante 2 o 3 años. Al cabo de ese tiempo, reanudé mis trayectos. Y pasé por casa de ‘mi abuela’. Y allí estaba. Pero ahora la cuidaba una persona que parecía estar preocupada. Nos miramos. Y creo no equivocarme si afirmo que ambos sentimos una profunda tristeza. De la misma forma que yo comprobé que ella ahora necesitaba cuidados, ella evidenció que yo ya no era aquel chico lleno de esperanza e ilusión que atacaba las cuestas con gran énfasis. Cada vez descenso suponía enfrentarme a una despedida mutua. Como si tuviésemos que pagar cada saludo sin palabras ni gestos que nos habíamos brindado años atrás.
Al final de aquel verano, como tantas decenas de veces, cogí la bici. Subí la cuesta de casa. Dos kilómetros de descenso. Un stop. Nuevo descenso. Y al cambiar de catalina… alcé la vista y, ante mí, la peor de las esquelas que jamás haya soportado: la casa de ‘mi abuela’ estaba cerrada a cal y canto. Las persianas bajadas y todas las puertas cerradas. En una de esas ventanas de la casa de ‘mi abuela’, un cartel anunciaba ‘SE VENDE’.
Tuve que parar. No era sudor lo que empañaba mis ojos.
lunes, 19 de febrero de 2007
Buffet
La mañana no comenzaba demasiado bien. Estoy de vacaciones, pero el opositor de este año debe vencer estos días y cobrar ventaja en la guerra que está librando. Además, Jorge debe estudiar Química para afrontar adecuadamente los venideros combates. Por si esto no fuera poco, no desayuné. ¿Por qué me salté la comida más importante del día? Pues porque me disponía a disfrutar de un buffet. Vamos, un homenaje gastronómico matutino a un módico precio.
Llegué a mi destino cuando el 'mono' de cafeína empezaba a hacerse notar. Mientras me servían mi cortado largo dibujé una leve sonrisa en mi cara. Todos mis males se disipaban. Al tiempo que me acercaba a mi mesa, fui comprobando los manjares que tenía a mi disposición: cañas de chocolate, cañas de crema, tortilla de patatas, pan tostado, mantequilla, mermelada, zumo de naranja, tarta de almendra, tarta de manzana, napolitanas de crema, napolitanas de chocolate y... ¡¡donuts!!
¡¡Donuts de chocolate y donuts 'clásicos'!! ¿Quien dijo problemas habiendo donuts? Descarté el resto de opciones y llené mi bandeja con donuts. De regreso a mi mesa mi anterior sonrisa se iba convirtiendo en 'sonrisa profidén'.
Primer bocado: ¡qué placer! ¡qué delicia! Y es que los donuts clásicos son insuperables. Por muy ricos que estén los del Dunkin Donuts... no hay nada como los donuts de toda la vida, esponjosos, tiernos, dulces, golosos... el complemento perfecto para el café.
Y por si no fuera poco, al tercer donuts, en el hilo musical empieza a sonar 'Petando en casa de dios'. Insuperable. Me imaginé en ese mismo lugar, un domingo por la mañana, con Pepedante, de regreso de una borrachera, con nuestras bandejas rebosantes de donuts y berreando esa bendita canción. ¡¡Qué gran momento de felicidad sería ese!!
¡¡Qué gran mañana es esta!!
Llegué a mi destino cuando el 'mono' de cafeína empezaba a hacerse notar. Mientras me servían mi cortado largo dibujé una leve sonrisa en mi cara. Todos mis males se disipaban. Al tiempo que me acercaba a mi mesa, fui comprobando los manjares que tenía a mi disposición: cañas de chocolate, cañas de crema, tortilla de patatas, pan tostado, mantequilla, mermelada, zumo de naranja, tarta de almendra, tarta de manzana, napolitanas de crema, napolitanas de chocolate y... ¡¡donuts!!
¡¡Donuts de chocolate y donuts 'clásicos'!! ¿Quien dijo problemas habiendo donuts? Descarté el resto de opciones y llené mi bandeja con donuts. De regreso a mi mesa mi anterior sonrisa se iba convirtiendo en 'sonrisa profidén'.
Primer bocado: ¡qué placer! ¡qué delicia! Y es que los donuts clásicos son insuperables. Por muy ricos que estén los del Dunkin Donuts... no hay nada como los donuts de toda la vida, esponjosos, tiernos, dulces, golosos... el complemento perfecto para el café.
Y por si no fuera poco, al tercer donuts, en el hilo musical empieza a sonar 'Petando en casa de dios'. Insuperable. Me imaginé en ese mismo lugar, un domingo por la mañana, con Pepedante, de regreso de una borrachera, con nuestras bandejas rebosantes de donuts y berreando esa bendita canción. ¡¡Qué gran momento de felicidad sería ese!!
¡¡Qué gran mañana es esta!!
domingo, 18 de febrero de 2007
Perros carnavales
Existe una curiosa similitud en mi actitud frente a los Carnavales y los perros.
Tradicionalmente, nunca me lo he pasado bien en los Carnavales. Salvo una vez en Lanzarote, en el resto de ocasiones siempre lo pasé mal o peor.
Con respecto a los perros, son ellos los que parecen tener algo contra mí. Desde que un mastín me tiró al suelo y se puso a ladrarme a unos 10 cm. de mi cara y, unos quince días más tarde, un pastor alemán casi me deja eunuco; intento que mi relación con los canes sea nula... por lo que pueda pasar.
Así que en cuanto se acerca un perro o unos carnavales, procuro ignorarlos al máximo y pasar el trance lo más rápidamente posible.
Sin embargo, tengo la extraña esperanza de que esa tendencia cambie algún día. Que habrá unos Carnavales que disfrute plenamente y que habrá un perro con el que pasar horas y horas jugando.
Y mientras tanto, a comer lacón con grelos, orejas y freixós y a ver fotos de perros en internet... o no... o qué sé yo...
Tradicionalmente, nunca me lo he pasado bien en los Carnavales. Salvo una vez en Lanzarote, en el resto de ocasiones siempre lo pasé mal o peor.
Con respecto a los perros, son ellos los que parecen tener algo contra mí. Desde que un mastín me tiró al suelo y se puso a ladrarme a unos 10 cm. de mi cara y, unos quince días más tarde, un pastor alemán casi me deja eunuco; intento que mi relación con los canes sea nula... por lo que pueda pasar.
Así que en cuanto se acerca un perro o unos carnavales, procuro ignorarlos al máximo y pasar el trance lo más rápidamente posible.
Sin embargo, tengo la extraña esperanza de que esa tendencia cambie algún día. Que habrá unos Carnavales que disfrute plenamente y que habrá un perro con el que pasar horas y horas jugando.
Y mientras tanto, a comer lacón con grelos, orejas y freixós y a ver fotos de perros en internet... o no... o qué sé yo...
viernes, 16 de febrero de 2007
Impertinencias
Ayer me volvió a suceder. De repente, mi estómago se despertó y dio señales de vida. Como un niño impertinente en la última clase del viernes antes de unas vacaciones, gritó con todas sus fuerzas para acaparar la máxima atención posible:
¡¡Hoooola!! ¡¡Ya estoy aquiiií!! ¡¡Estás nervioooooso!! ¡¡Estás nervioooooso!! ¡¡Estás nervioooooso!! ¡¡ Jajajaja !! ¡¡Pringao, pringao!!
El caso es que el procedimiento siempre es el mismo. Cuando se supone que todo debería de estar apaciguado y, sin que nada provoque tal intranquilidad, mi estado de ánimo se ve alterado súbitamente. Y alterado sigo a lo largo de unos días, hasta que vuelvo a la normalidad. Eso sí, la siguiente ofensiva es mucho más agresiva; aunque, al menos, la mayor proximidad del examen de turno justifique tal hostilidad... o no... o qué sé yo
¡¡Hoooola!! ¡¡Ya estoy aquiiií!! ¡¡Estás nervioooooso!! ¡¡Estás nervioooooso!! ¡¡Estás nervioooooso!! ¡¡ Jajajaja !! ¡¡Pringao, pringao!!
El caso es que el procedimiento siempre es el mismo. Cuando se supone que todo debería de estar apaciguado y, sin que nada provoque tal intranquilidad, mi estado de ánimo se ve alterado súbitamente. Y alterado sigo a lo largo de unos días, hasta que vuelvo a la normalidad. Eso sí, la siguiente ofensiva es mucho más agresiva; aunque, al menos, la mayor proximidad del examen de turno justifique tal hostilidad... o no... o qué sé yo
jueves, 15 de febrero de 2007
Cabezas de dragón (V)
Jorge: ¡Guarda esos gusanitos!
Cabeza pensante #1: ¿Qué pasa? ¿No los puedo comer ahora?
Antes de que Jorge pudiera contestar...
Cabeza pensante #2: ¡No, joder! ¿Cómo vas a poder si no lo invitas?
Tocado y hundido
Cabeza pensante #1: ¿Qué pasa? ¿No los puedo comer ahora?
Antes de que Jorge pudiera contestar...
Cabeza pensante #2: ¡No, joder! ¿Cómo vas a poder si no lo invitas?
Tocado y hundido
martes, 13 de febrero de 2007
C'est la vie
Hacía más de dos años que no nos veíamos. Manteníamos el contacto por mail; pero, físicamente, no habíamos coincidido en todo ese tiempo. Y el sábado allí estábamos, los tres, charlando en la gasolinera contándonos nuestras vidas con la grata sensación que se tiene cuando te reencuentras con los buenos amigos.
Veinticuatro horas más tarde nos volvíamos a ver. Ahora en un tanatorio.
Me dio que pensar. Y la mejor conclusión a la que llegué es que a los buenos amigos no hay que llamarlos, simplemente aparecen, de una u otra forma, para ofrecer lo que necesitas en ese instante.
Veinticuatro horas más tarde nos volvíamos a ver. Ahora en un tanatorio.
Me dio que pensar. Y la mejor conclusión a la que llegué es que a los buenos amigos no hay que llamarlos, simplemente aparecen, de una u otra forma, para ofrecer lo que necesitas en ese instante.
jueves, 8 de febrero de 2007
Abrazo
Ayer leí la noticia de que se han descubierto los esqueletos de dos jóvenes del Neolítico con sus cuerpos entrelazados, abrazándose.
'¡Qué hermoso!', pensé. Lo cierto es que considero el abrazo como uno de los gestos más bonitos que una persona puede tener con otra. Transmite afecto, amor, sinceridad, protección, apoyo, ánimo, amistad, consuelo, cariño, respeto,... y mil cosas más que no pueden ser descritas con precisión usando palabras.
Así que, cuanta más gente conozcáis más candidatos 'abrazables' poseeréis. Y no hace falta que sean amigos íntimos o familiares. Unos alumnos de facultad con los que os llevéis bien serían un buen ejemplo de personas a las que abrazar y transmitir los sentimientos que deseeis, y viceversa.
Si, además, sucede al igual que en esa notica, y el abrazo dura seil mil años (y los que les quedan)... pues imaginad cuanta felicidad.
'¡Qué hermoso!', pensé. Lo cierto es que considero el abrazo como uno de los gestos más bonitos que una persona puede tener con otra. Transmite afecto, amor, sinceridad, protección, apoyo, ánimo, amistad, consuelo, cariño, respeto,... y mil cosas más que no pueden ser descritas con precisión usando palabras.
Así que, cuanta más gente conozcáis más candidatos 'abrazables' poseeréis. Y no hace falta que sean amigos íntimos o familiares. Unos alumnos de facultad con los que os llevéis bien serían un buen ejemplo de personas a las que abrazar y transmitir los sentimientos que deseeis, y viceversa.
Si, además, sucede al igual que en esa notica, y el abrazo dura seil mil años (y los que les quedan)... pues imaginad cuanta felicidad.
miércoles, 7 de febrero de 2007
Cabezas de dragón (IV)
Jorge se dispone a custodiar a uno de los dragones. Esta batalla es sencilla, ya que sólo debe asegurarse de que el dragón no se exalte demasiado. Así que, como el asunto dura no más de media hora, en vez de una batalla el encuentro es una convivencia mínimamente amistosa.
Cabeza pensante #1: Eu son portugues. De preto de Porto. ¿E tí?
Jorge: De Galicia
Cabeza pensante #1: ¿Pero de onde de Galicia?
Jorge: De Galicia
...
Cabeza pensante #1: ¿Gústache a música?
Jorge: Sí.
Cabeza pensante #1: ¿Gústache a música portuguesa?
Jorge: Coñezo pouco. Teño escoitado fados e algo de Dulce Pontes.
Cabeza pensante #1: ¿E coñeces a Quim Barreiros?
En ese momento, Jorge creyó que la opción menos mala era mentir para, así, evitar un posible concierto de cabezas de dragón...
Jorge: No.
Cabeza pensante #1: Pois escoita....
La cabeza pensante #1 sacó el móvil de la mochila, pulso unos cuantos botones y...
Cabeza pensantes + móvil: ¡¡¡ Eu gosto de mamar nos peitos da cabritinha !!!
Tocado y hundido.
Cabeza pensante #1: Eu son portugues. De preto de Porto. ¿E tí?
Jorge: De Galicia
Cabeza pensante #1: ¿Pero de onde de Galicia?
Jorge: De Galicia
...
Cabeza pensante #1: ¿Gústache a música?
Jorge: Sí.
Cabeza pensante #1: ¿Gústache a música portuguesa?
Jorge: Coñezo pouco. Teño escoitado fados e algo de Dulce Pontes.
Cabeza pensante #1: ¿E coñeces a Quim Barreiros?
En ese momento, Jorge creyó que la opción menos mala era mentir para, así, evitar un posible concierto de cabezas de dragón...
Jorge: No.
Cabeza pensante #1: Pois escoita....
La cabeza pensante #1 sacó el móvil de la mochila, pulso unos cuantos botones y...
Cabeza pensantes + móvil: ¡¡¡ Eu gosto de mamar nos peitos da cabritinha !!!
Tocado y hundido.
martes, 6 de febrero de 2007
Prisa
Odio la prisa (que no la rapidez). Para mí, la prisa se da cuando se ejecuta alguna acción a una velocidad mayor de lo aconsejable para que ésta llegue a buen fin.
Lo peor del caso es que desde el lunes por la mañana tengo prisa: fui al cajero para pagar el garaje y el fisio, en el garaje no estaba la dueña, llego al fisio y tengo a tres personas delante (¡¡mierda!!), espero más de media hora y cuando estoy en la camilla con los cables enchufados en la rodilla me llaman para presentarme en dos horas en Cariño, voy a casa, me cambio de ropa, me informo de cómo llegar a la guarida del dragón, voy al garaje y ahora sí está la dueña (¡¡a pagar!!), 45 minutos de viaje, llaves nuevas, nuevos horarios, nuevos compañeros, nuevos dragones y... ya tengo mis dos primeras batallas por la tarde. Voy a comer mientras voy asimilando todo. Dos clases contando Trigonometría de la forma más ordenada posible en esos caóticos momentos. Otros 45 minutos de regreso y al llegar me pongo a recordar qué es un átomo, sus características y su puñetera madre porque a primera hora tengo que dar una clase de Química (¡¡qué falta de respeto a mi paciencia!!). 6.30 A.M. y suena el despertador (¡¡qué ignominia!!) Coche, clase de Química y más Trigonometría. Una hora de pequeño descanso y nuevo dragón con el que batallar. Regreso a casa. Toda la tarde recopilando información de mis nuevos cinco dragones y de todos los exámenes que les tengo que poner y, obviamente, hay que preparar las batallas de mañana..... y yo con estas prisas y un blog que alimentar.
En fin. Que Don Serafín odia la prisa sin lugar a duda alguna.
Lo peor del caso es que desde el lunes por la mañana tengo prisa: fui al cajero para pagar el garaje y el fisio, en el garaje no estaba la dueña, llego al fisio y tengo a tres personas delante (¡¡mierda!!), espero más de media hora y cuando estoy en la camilla con los cables enchufados en la rodilla me llaman para presentarme en dos horas en Cariño, voy a casa, me cambio de ropa, me informo de cómo llegar a la guarida del dragón, voy al garaje y ahora sí está la dueña (¡¡a pagar!!), 45 minutos de viaje, llaves nuevas, nuevos horarios, nuevos compañeros, nuevos dragones y... ya tengo mis dos primeras batallas por la tarde. Voy a comer mientras voy asimilando todo. Dos clases contando Trigonometría de la forma más ordenada posible en esos caóticos momentos. Otros 45 minutos de regreso y al llegar me pongo a recordar qué es un átomo, sus características y su puñetera madre porque a primera hora tengo que dar una clase de Química (¡¡qué falta de respeto a mi paciencia!!). 6.30 A.M. y suena el despertador (¡¡qué ignominia!!) Coche, clase de Química y más Trigonometría. Una hora de pequeño descanso y nuevo dragón con el que batallar. Regreso a casa. Toda la tarde recopilando información de mis nuevos cinco dragones y de todos los exámenes que les tengo que poner y, obviamente, hay que preparar las batallas de mañana..... y yo con estas prisas y un blog que alimentar.
En fin. Que Don Serafín odia la prisa sin lugar a duda alguna.
lunes, 5 de febrero de 2007
Cariño
En la n-ésima ocasión que ejecuté F5 + Intro apareció una baja en el hermoso pueblo de Cariño. Duración: dos meses. Así que pensé ‘estaría bien que me dieran Cariño durante dos meses’
Lógicamente, me sorprendí al escuchar esa frase y compararla con ‘estaría bien que me dieran cariño durante dos meses’. Claro, luego seguí con ‘bueno, dos meses en principio, porque luego a lo mejor el asunto puede prolongarse más tiempo'. Y entonces pensé en lo injusto que es en ciertos casos el término 'minúscula' en comparación con 'mayúscula'. Y peor es si consultamos ese vocablo en inglés: 'capital letter'. ¡Letras capitales! ¡Como si se fuese a parar el mundo si no existieran!
De todas formas, bien pensado, lo realmente mayúsculo es el contenido y no el continente. En fin. El caso es que estaría muy bien poder abarcar la 'c' minúscula y mayúscula de cariño durante, al menos, dos meses... o no... o qué sé yo...
Lógicamente, me sorprendí al escuchar esa frase y compararla con ‘estaría bien que me dieran cariño durante dos meses’. Claro, luego seguí con ‘bueno, dos meses en principio, porque luego a lo mejor el asunto puede prolongarse más tiempo'. Y entonces pensé en lo injusto que es en ciertos casos el término 'minúscula' en comparación con 'mayúscula'. Y peor es si consultamos ese vocablo en inglés: 'capital letter'. ¡Letras capitales! ¡Como si se fuese a parar el mundo si no existieran!
De todas formas, bien pensado, lo realmente mayúsculo es el contenido y no el continente. En fin. El caso es que estaría muy bien poder abarcar la 'c' minúscula y mayúscula de cariño durante, al menos, dos meses... o no... o qué sé yo...
domingo, 4 de febrero de 2007
Petando en casa de dios
- Cambia de CD que si no los que vamos a acabar escozíos vamos a ser nosotros
- Vale. A ver qué tienes por aquí.... Huummm. Use Your Illusion.
- Bien; pero, '¿ius your iluxon guan o ius your iluxon tu?'
- Pues hoy estoy más de 'ius your iluxon tu'
- Perfecto.
(suena Civil War)
- Mola. Pero vamos a darle caña a la 4.
- ¿Y cual es la 4?
- Ya verás.
- ¡Eh! ¡Que te acabas de meter por donde no es! ¡Vaya rodeo que vamos a dar ahora!
- Ya. Pero lo hice a propósito. Así escuchamos más tiempo la copla, jeje. Además, la voy a traducir.
- ¿¡¿¡Eehh!?!?
- Ten fe. Espera
Mama put my guns in the ground
- La mama me puso la pipa en el suelo, paaayo
I can't shoot them anymore
- Y no las puedo usaaaar
That cold black cloud is comin' down
- La nube va a bajaaaar
Feels like I'm knockin' on heaven's door
- Estoy petando en casa de diooooos
- ¡¡Jajajaja!! Te vas a enterar ahora. Voy a poner una voz más nasal que la nariz de Axl Rose
Knock-knock-knockin' on heaven's door
- ¡¡Pe-petando en casa de diooooos!!
Knock-knock-knockin' on heaven's door
- ¡¡Pe-petando en casa de diooooos!!
Knock-knock-knockin' on heaven's door
(volumen a 40 y balanceo de cabezas al más puro estilo Wayne's World)
- ¡¡Pe-petando en casa de diououuuus!!
- ¡¡Pe-petando en casa de diououuuus!!
- Vale. A ver qué tienes por aquí.... Huummm. Use Your Illusion.
- Bien; pero, '¿ius your iluxon guan o ius your iluxon tu?'
- Pues hoy estoy más de 'ius your iluxon tu'
- Perfecto.
(suena Civil War)
- Mola. Pero vamos a darle caña a la 4.
- ¿Y cual es la 4?
- Ya verás.
- ¡Eh! ¡Que te acabas de meter por donde no es! ¡Vaya rodeo que vamos a dar ahora!
- Ya. Pero lo hice a propósito. Así escuchamos más tiempo la copla, jeje. Además, la voy a traducir.
- ¿¡¿¡Eehh!?!?
- Ten fe. Espera
Mama put my guns in the ground
- La mama me puso la pipa en el suelo, paaayo
I can't shoot them anymore
- Y no las puedo usaaaar
That cold black cloud is comin' down
- La nube va a bajaaaar
Feels like I'm knockin' on heaven's door
- Estoy petando en casa de diooooos
- ¡¡Jajajaja!! Te vas a enterar ahora. Voy a poner una voz más nasal que la nariz de Axl Rose
Knock-knock-knockin' on heaven's door
- ¡¡Pe-petando en casa de diooooos!!
Knock-knock-knockin' on heaven's door
- ¡¡Pe-petando en casa de diooooos!!
Knock-knock-knockin' on heaven's door
(volumen a 40 y balanceo de cabezas al más puro estilo Wayne's World)
- ¡¡Pe-petando en casa de diououuuus!!
- ¡¡Pe-petando en casa de diououuuus!!
viernes, 2 de febrero de 2007
Domingo
Al fin. Era domingo. Domingo por la mañana. La ansiada meta. El merecido descanso. La anhelada tregua. El respiro ineludible.
Se despertó; pero no quiso abrir los ojos. Deseaba permanecer así, en duermevela, siendo consciente de no ser, aún, demasiado consciente. Se volvió a quedar dormido. Al rato, volvió en sí. Esta vez se levantaría; pero cuando lo decidiese él. Sin la presteza de Don Reloj.
Aquello le gustaba. Esa tranquilidad de tener todo el día por delante para no hacer nada, para hacer lo que quisiera hacer en cada momento; pero, sobre todo, para hacerlo todo casi a cámara lenta, degustando cada instante, saboreando cada momento, escrutando cada segundo.
Se incorporó aún con los ojos cerrados e, instintivamente, su pies buscaron las zapallitas. Respiró profundamente. Retuvo el aire y lo exhaló. Estiró su brazo derecho y, con un gran esfuerzo, dirigió su mano hacia el interruptor. Y encendió la luz. Cuando sus pupilas consiguieron adaptarse, entonces, abrió los ojos.
Se levantó y cogió la bata que reposaba a los pies de la cama. Se la puso. Aún olía a ella. Se dirigió a la cocina cansinamente y, con mucha parsimonia, preparó la cafetera: la sacó de la alacena, vertió el agua, cogió el café, lo echó sobre el filtro, cerró la cafetera y, finalmente, la puso al fuego. Aún desperezándose, contempló la cocina. Como si fuese un mero espectador. Como si no fuese su propia cocina. Por fin. Un instante en el que no tenía que planificar nada. Un momento en el que no programar la siguiente acción. Subió el café. Y, al tiempo que apagaba el fuego, inspiró el vapor que salía de la cafetera. ¡Cómo le gustaba aquel olor! Era el olor de las apacibles mañanas de domingo.
Escogió su taza preferida. Echó el azúcar con la cucharilla que, previamente, había rebuscado y, luego, añadió el café lentamente, casi escanciándolo. Posó la taza y se dirigió al frigorífico. Tomó la leche y sumó un pequeño chorro al café. Mientras cerraba la puerta del frigorífico vio, casualmente, el periódico del día anterior. Espléndido. Se aproximó a la mesa con el diario en una mano y el café en la otra. Los puso sobre la mesa y apartó la silla. Se sentó y admiró el remanso de paz y tranquilidad en que se había convertido la playa que se contemplaba desde su ventana. Se maravilló un buen rato con aquel espectáculo visual. El aroma del café lo apartó de ese trance. Cogió la taza y la aproximó a su boca. Dejó que sus labios notasen el calor del café y, casi susurrando, sopló un poco. Acercó, de nuevo, sus labios y acarició la taza. La inclinó muy despació y su boca entró en contacto con aquella balsámica infusión. Tomó un pequeño sorbo y, antes de tragarlo, lo degustó por completo. Apreció cada detalle, cada matiz, cada sutil sensación que le ofrecía. Cerró los ojos y se entretuvo en aquel placentero silencio dominical mientras completó el trago. A continuación, volvió la vista al paisaje que tenía enfrente y tomó otro trago. ¡Qué sosiego le brindaban los dos placeres disfrutados al unísono!
Fijó su vista en el periódico. Lo volteó para comenzar su lectura por la última página. Como él adoraba. Como hacía siempre que disfrutaba plenamente esa lectura. De repente, se encendieron todas las alarmas, sonaron las bocinas y toda su atención se dirigió hacia aquel impúdico titular:
¡¡¡ GANDULES, VOLVED AL TRABAJO !!!
Sin dar crédito a lo que veía, se interesó por el subtítulo:
¡¡ Qué hacéis leyendo un blog en horas trabajo !! ¡¡Y deseando que sea domingo!!
Se despertó; pero no quiso abrir los ojos. Deseaba permanecer así, en duermevela, siendo consciente de no ser, aún, demasiado consciente. Se volvió a quedar dormido. Al rato, volvió en sí. Esta vez se levantaría; pero cuando lo decidiese él. Sin la presteza de Don Reloj.
Aquello le gustaba. Esa tranquilidad de tener todo el día por delante para no hacer nada, para hacer lo que quisiera hacer en cada momento; pero, sobre todo, para hacerlo todo casi a cámara lenta, degustando cada instante, saboreando cada momento, escrutando cada segundo.
Se incorporó aún con los ojos cerrados e, instintivamente, su pies buscaron las zapallitas. Respiró profundamente. Retuvo el aire y lo exhaló. Estiró su brazo derecho y, con un gran esfuerzo, dirigió su mano hacia el interruptor. Y encendió la luz. Cuando sus pupilas consiguieron adaptarse, entonces, abrió los ojos.
Se levantó y cogió la bata que reposaba a los pies de la cama. Se la puso. Aún olía a ella. Se dirigió a la cocina cansinamente y, con mucha parsimonia, preparó la cafetera: la sacó de la alacena, vertió el agua, cogió el café, lo echó sobre el filtro, cerró la cafetera y, finalmente, la puso al fuego. Aún desperezándose, contempló la cocina. Como si fuese un mero espectador. Como si no fuese su propia cocina. Por fin. Un instante en el que no tenía que planificar nada. Un momento en el que no programar la siguiente acción. Subió el café. Y, al tiempo que apagaba el fuego, inspiró el vapor que salía de la cafetera. ¡Cómo le gustaba aquel olor! Era el olor de las apacibles mañanas de domingo.
Escogió su taza preferida. Echó el azúcar con la cucharilla que, previamente, había rebuscado y, luego, añadió el café lentamente, casi escanciándolo. Posó la taza y se dirigió al frigorífico. Tomó la leche y sumó un pequeño chorro al café. Mientras cerraba la puerta del frigorífico vio, casualmente, el periódico del día anterior. Espléndido. Se aproximó a la mesa con el diario en una mano y el café en la otra. Los puso sobre la mesa y apartó la silla. Se sentó y admiró el remanso de paz y tranquilidad en que se había convertido la playa que se contemplaba desde su ventana. Se maravilló un buen rato con aquel espectáculo visual. El aroma del café lo apartó de ese trance. Cogió la taza y la aproximó a su boca. Dejó que sus labios notasen el calor del café y, casi susurrando, sopló un poco. Acercó, de nuevo, sus labios y acarició la taza. La inclinó muy despació y su boca entró en contacto con aquella balsámica infusión. Tomó un pequeño sorbo y, antes de tragarlo, lo degustó por completo. Apreció cada detalle, cada matiz, cada sutil sensación que le ofrecía. Cerró los ojos y se entretuvo en aquel placentero silencio dominical mientras completó el trago. A continuación, volvió la vista al paisaje que tenía enfrente y tomó otro trago. ¡Qué sosiego le brindaban los dos placeres disfrutados al unísono!
Fijó su vista en el periódico. Lo volteó para comenzar su lectura por la última página. Como él adoraba. Como hacía siempre que disfrutaba plenamente esa lectura. De repente, se encendieron todas las alarmas, sonaron las bocinas y toda su atención se dirigió hacia aquel impúdico titular:
¡¡¡ GANDULES, VOLVED AL TRABAJO !!!
Sin dar crédito a lo que veía, se interesó por el subtítulo:
¡¡ Qué hacéis leyendo un blog en horas trabajo !! ¡¡Y deseando que sea domingo!!
jueves, 1 de febrero de 2007
F5 + Intro
El lunes pasado guardé, espero que provisionalmente, mi escafandra de profesor. Entre camisas y pantalones se han abierto paso el chandal, las camisetas viejas y las zapatillas. De esta forma, cobran protagonismo el opositor de este año y el opositor del año pasado, mientras que el currito de la enseñanza descansa un poco y se rebela ante su papel secundario.
El arma que utiliza el opositor del año pasado son las listas de sustitución. Cuando empiezo a ser persona recuerdo como quedó la situación de esas listas el día anterior e, inconscientemente, aligero mis acciones para encender el ordenador cuanto antes. Reviso las bajas pendientes, la lista de sustitutos y compruebo si hay modificaciones. A partir de ahí, mi jornada se puede acotar perfectamente mediante las decenas de veces que pulso F5 + Intro.
Cada nueva baja alimenta mi ilusión. Inspecciono las posibilidades de que deba acudir a tal o cual destino y me pregunto si los dragones que allí habitan serán colegas de Elliot o se asemejarán a los velocirraptores de Parque Jurásico. La mayoría de las veces esas inquietudes son totalmente utópicas ya que, incluso, puede que no haya suficientes bajas como para que me llamen, o hasta puede que dicha baja sea de otra especialidad. Pero el opositor del año pasado y el profesor se alían malévolamente para que esté tan pendiente de la pantalla del ordenador.
Afortunadamente, cuando me convenzo de que por mucho F5 + Intro que pulse aquello no va a cambiar, surge hábil y repentinamente el opositor de este año para aprovechar su oportunidad. Las listas permanecen estáticas, y eso produce en mí cierta decepción y desilusión, y entonces repaso un tema como consuelo de semejantes males y como requisito indispensable para que el opositor de este año derrote al del año pasado.
Pero el asunto se torna cíclico. Una vez cumplido el deber, vuelvo al ordenador. De nuevo, F5 + Intro. Otra vez el escrutinio de las opciones. Y otra vez el 'si me mandaran aquí', 'si hubiera escogido allá', 'si saliese una baja en aquel lugar'...
Al final, la misma decepción y desilusión. Y repaso el tema del día. Y, al final, llego a la conclusión de que uno nunca sabe donde va a encontrar su buena o su mala suerte... o no... o qué sé yo...
El arma que utiliza el opositor del año pasado son las listas de sustitución. Cuando empiezo a ser persona recuerdo como quedó la situación de esas listas el día anterior e, inconscientemente, aligero mis acciones para encender el ordenador cuanto antes. Reviso las bajas pendientes, la lista de sustitutos y compruebo si hay modificaciones. A partir de ahí, mi jornada se puede acotar perfectamente mediante las decenas de veces que pulso F5 + Intro.
Cada nueva baja alimenta mi ilusión. Inspecciono las posibilidades de que deba acudir a tal o cual destino y me pregunto si los dragones que allí habitan serán colegas de Elliot o se asemejarán a los velocirraptores de Parque Jurásico. La mayoría de las veces esas inquietudes son totalmente utópicas ya que, incluso, puede que no haya suficientes bajas como para que me llamen, o hasta puede que dicha baja sea de otra especialidad. Pero el opositor del año pasado y el profesor se alían malévolamente para que esté tan pendiente de la pantalla del ordenador.
Afortunadamente, cuando me convenzo de que por mucho F5 + Intro que pulse aquello no va a cambiar, surge hábil y repentinamente el opositor de este año para aprovechar su oportunidad. Las listas permanecen estáticas, y eso produce en mí cierta decepción y desilusión, y entonces repaso un tema como consuelo de semejantes males y como requisito indispensable para que el opositor de este año derrote al del año pasado.
Pero el asunto se torna cíclico. Una vez cumplido el deber, vuelvo al ordenador. De nuevo, F5 + Intro. Otra vez el escrutinio de las opciones. Y otra vez el 'si me mandaran aquí', 'si hubiera escogido allá', 'si saliese una baja en aquel lugar'...
Al final, la misma decepción y desilusión. Y repaso el tema del día. Y, al final, llego a la conclusión de que uno nunca sabe donde va a encontrar su buena o su mala suerte... o no... o qué sé yo...
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