sábado, 12 de mayo de 2007

Sol

El pasado domingo estaba en la playa tomando el sol y, entre cabezadita y cabezadita, mi neurona más rebelde empezó a barruntar (por no perder la costumbre, vaya).
Estábamos a principios de Mayo y ya hacía más de un mes que añoraba una tarde como aquella. Sin nubes, sin viento, sin niebla, sólo sol y nada más que sol. Me tumbaría en la arena y lo disfrutaría plenamente, en silencio, saboreando su calor, su energía, su rotundidad. Y así lo hice. El sol es paciente, siempre está ahí, no se arrebata ni aparece o desaparece súbitamente. Si, de repente, se ponen unas nubes delante de él ni se inmuta. Sabe que, tarde o temprano, desaparecerán para, a continuación, recuperar su protagonismo. Si hay niebla, el sol sabe que, antes o después, su calor hará que ésta se diluya. Y con el viento mantiene una buena relación en la que ambos se respetan mutuamente y en la que pueden cohabitar conjuntamente sin problema alguno.
En medio de estas calenturientas disquisiciones, caí en la cuenta de que pronto llegará el verano. Y más tardes como aquella se repetirán una tras otra, día tras día. Y concluí que cuando llegue el final de Septiembre ansiaré que lleguen la niebla, el viento y las nubes.
Pero cíclicamente, al año siguiente, cuando Abril ya esté mediado, volveré a estar hastiado de la niebla, el viento y las nubes y agonizaré por un poco de sol... o no... o qué sé yo

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