Fue hace unos años. Evidentemente era Septiembre y, obviamente, mi neurona llevaba varios días centrifugando vertiginosamente.
El caso es que nunca había vendimiado. Había disfrutado del resultado de todo el proceso. Había lavado las botellas. Había encorchado. Pero nunca había recogido la uva de la vid.
La verdad es que disfruté al máximo aquella labor en grupo realizada entre bromas, risas y sudor. Lo que más me llenaba era que aquel esfuerzo era palpable. Sabías que aquello servía para algo, que lo ibas a disfrutar. Y que lo harías con quien, en aquel momento, estaba arrimando el hombro contigo.
Y es que si alguien me preguntase al día siguiente qué había hecho, mi respuesta sería comprensible, accesible y, sobre todo, mostraría utilidad.
El contraste venía dado porque en lo que trabajaba por aquel entonces ocurría todo lo contrario. Era incapaz de explicar fácilmente a qué me dedicaba. Y mucho menos para qué servía y si era útil para alguien.
Así que en aquel Septiembre estuve a punto de mandar a la basura varios años de estudio para dedicarme a la agricultura. El pánico y la ignorancia lo impidieron. Pero fue el primer paso que di para abandonar aquella inexplicable inutilidad... o no... o qué sé yo...
martes, 18 de septiembre de 2007
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario