Estábamos terminando de cenar y le propuse:
- 'Tú recoges lo de la cena y yo plancho después del partido, ¿vale?'
Ella accedió. Me fui a la sala, encendí la tele, le quité la voz, encendí la radio y me senté en el sofá. Poco después vino ella. Aprovechó que estaba concentrado, viendo el partido, para tumbarse en el sofá apoyando su cabeza sobre mis rodillas. Yo seguía a lo mío. Sin percatarme de que me estaba observando. Me miraba tranquilamente, sin prisa. Desde un ángulo que sólo en esos momentos podía obtener. Le gusta escrutar mi rostro y mis gestos cuando estoy concentrado en otra cosa.
En la radio predijeron "precisamente porque el Bremen está llegando con más peligro, justamente ahora será cuando marque el Madrid". Ella, consciente de mi antimadridismo, sonrió al apreciar mi mueca despectiva ante tal comentario. Y luego, cuando ,en efecto, marcó el equipo merengue y blasfemé en voz baja, su sonrisa fue mayor.
Disfruta examinándome desde esa postura. Y le da seguridad. Ella es la única que puede observarme así. Es como si estuviera jugando en su jardín secreto. Y lo disfruta tanto porque en ese jardín tiene lo que ella quiere: alegría, paz, comprensión, amor...
Me di cuenta de su juego y de que le estaba dando más importancia a la televisión de la que realmente tenía. Sonreí como recriminándole que se hubiera aprovechado de mi despiste; pero ella me devolvió otra sonrisa con la satisfacción de un chiquillo que acaba de cometer una 'fechoría' y nadie descubre que ha sido él. Diciéndome "te pillé" con su mirada.
Bajé la cabeza y nos besamos melosamente. Apagué la tele. Y ella con una falsa extrañeza me preguntó: "¿no vas a acabar de ver el partido?".
"Que le den mucho al partido" contesté.
Y la sesión de planchado se aplazó para el día siguiente.
jueves, 20 de septiembre de 2007
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