Íbamos en el coche. Pasábamos justo por Correos y, al tomar la curva, lo ví. Exclamé casi con timidez:
- ¡Chedas!
-¿Quien?
- Chedas
Y recordé quien es Chedas.
La primera vez que lo conocí, resultó que él ejercía de árbitro de voley y yo jugaba en uno de los equipos participantes. Le debió de gustar cómo jugábamos porque, unos meses después, nos incorporamos todos los de aquel equipo al club en el que él era entrenador del equipo de juveniles. Y así se convirtió en nuestro entrenador.
Muchos horas jugando. Muchas horas superándonos. Muchas horas exigiendo. Muchas horas conviviendo.
Lo que siempre me despertaba la curiosidad era su gesto. Si el espejo es el reflejo del alma, Chedas era, y es, un sufridor y, al mismo tiempo, un luchador y un incorformista nato. Podría llegar a pensarse que es un perdedor por la cantidad de puñetazos que le endosa la vida; pero él se recupera: resiste, reúne fuerzas, se rebela y lucha para levantarse.
- Después de un entrenamiento estuvimos charlando durante más de una hora sobre las mujeres. Parecía misógino: al cabo de un mes anunció su boda.
- Le encantaba jugar a voley: pero una lesión en el hombro le impidió seguir jugando todo lo que el quisiera. A pesar de aguantar el dolor después de cada saque a lo largo de varias temporadas.
- No solía hablar demasiado bien de su familia política: trabajó en la fábrica de su suegro.
- Se empleó en una gasolinera: al poco tiempo destruyeron la gasolinera por las obras de la autopista.
- Fue taxista: redujeron las licencias.
- Y ahora trabaja en Correos.
Siempre que lo veo recuerdo su grito de dolor después de cada saque. Era una metáfora de cada zancadilla que tenía que superar. Y cada zancadilla marcaba su rostro. Cada vez más rudo. Cada vez más curtido. Cada vez sufriendo más. Cada vez gritando más. Cada vez luchando más...
o no... o qué sé yo...
martes, 7 de octubre de 2008
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