El sábado pasado, a eso de las 6 de la tarde, estaba en el bar al que voy siempre que salgo la noche anterior en Santiago. Y siempre que estoy allí tengo la misma sensación. Es una agradable sensación de estar en casa, de estar en un lugar donde saben lo que necesitas en cuanto entras, donde te escuchan cuando necesitas hablar y donde callan cuando repudias las palabras. Y, además, eso ocurre tanto con la gente con la que te congregas allí como con los dueños de ese hogar temporal.
Y recordé los bares de siempre que he disfrutado. Primero fue el ‘Trivial’ en mi pubertad: allí, entre quesito y quesito, vieron la luz las primeras confesiones de instituto; luego el ‘Palumbo’ donde las inquietudes universitarias se ponían de manifiesto antes de subir a Doniños y escrutar nuestras almas; después el Atalaya: ¡cuántas noches de sábado después de 12 horas de estudio! ¡cuántos ánimos recibidos y cuántos malos tragos superados! En Madrid, estaba el Criscar: ¡cuánta nostalgia y añoranza vividas entre litros de cerveza! ¡y qué manera de rajar del jefe! Y, a día de hoy, está el Carteles: que es como el Trivial, el Palumbo y Doniños pero con 10 años más y más alcohol en sangre; y el Santa Isabel: no es que hayan ocurrido grandes cosas allí, pero, al igual que sucede con la amistad, se va labrando su lugar a base de pequeños detalles y de momentos entrañables que forjan ese agradable sentimiento que percibes cada vez que entras…o no… o qué sé yo.
lunes, 2 de abril de 2007
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2 comentarios:
Hubo una breve temporada en Vanellus, allí tuvimos una época extraña... ¡Tomábamos té!
Cierto, cierto.... bueno, tomábais :-)) Yo el agua caliente la prefiero para calentar los pies :-//
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